Mi viejo es un tipo al que siempre le gustó enarbolar principios altos, argumentar en función de valores trascendentes, pontificar. Era –y lo sigue siendo- un gran orador, un gran seductor de multitudes (lo he visto en acción negociando, argumentando y contra-argumentando, moviéndose intelectualmente de un costado al otro cediendo o plantándose en el suelo como un árbol inamovible en las causas que sus principios inmaculados le dictaran). Mi papá es –o era- Don Quijote. Sin embargo y a pesar de los muchos discursos que he recibido de él, recuerdo pocas de sus palabras, pero existen en mi memoria anécdotas que hacen que para mí mi papá sea él y no otro. Recuerdos en donde mi padre sostuvo con el cuerpo aquellos principios morales más altos, circunstancias en donde rodamos todos por el fango por aquellos principios, momentos en que sus principios salvaron las vidas de otros que no pensaban como él, decisiones que nos llevaron a la ruina por los principios, instantes que nos podrían haber costado a todos la vida… pero la vida parecía no tener mucho más valor para él que algunas decisiones morales. Y en el medio de todo eso sus discursos, y atravesando todo aquello los cojones que tiene… Y esto último me hacía mirarlo y pensar que mi papá es Don Quijote. No recuerdo qué principios sostenía, pero vi su cuerpo avanzar contra los molinos.
Creo que tendría 11 años, y mi padre había empezado hacía poco tiempo a trabajar como vendedor de una empresa de lijas, en donde le había tocado en suerte una larga franja de la Zona Sur de Provincia de BsAs. Este laburo representaba un poco de alivio porque veníamos de pasarla francamente mal con la plata. Mi viejo paradójicamente siempre fue un viejo zorro hábil pero nunca un buen comerciante, un excelente negociador pero nunca un buen negociante (creo que por fortuna o desgracia heredé esa parte, entre otras). Este laburo era una bocanada de aire…
Teníamos un dodge mil quinientos desvencijado y rural (antes teníamos un rastrojero furgón en la época en que viajábamos por los pueblos de la provincia de buenos aires vendiendo juguetes, pero esa es otra historia). Mi papá era un hombre de ruta, un tipo que sabía perfectamente los alcances de su auto y entonces la lluvia y el Puente Alsina bajo la tormenta y la lluvia y la gente y la tormenta…
y una fila larguísima de autos y todos íbamos muy despacio, y ahí la columna frena y uno afuera, y dos afuera y tres y al costado y el agua entra y entra y veo que el de atrás me pasa flotando y el de adelante seguía y yo seguía y rezaba… rezaba para que el de adelante no se clave, que no toque el embrague… que no toque el embrague, que no salte el cambio que el de adelante aguante, que lo sostenga la Virgen María y el humo cambió, y apareció la burbuja que no tenía que aparecer y el flaco de adelante se clavó, y mandé el rebaje a full pero la altura del dodge no dio… y empecé a flotar y el agua empieza a entrar y todos los papeles de los clientes empiezan a flotar nadando arriba del portafolio, y entonces lo abrí y metí como pude todos los papeles y la gente gritaba y no paraba de caer agua y más agua y una señora sale de su auto y se cayó al agua y gritaba, la gente de las casas salía a ayudar y entre todos no podíamos aguantar los autos por las olas que se formaban y como pude arrastré el auto flotando con el agua hasta la cintura y con un señor que me dio una mano lo pude encajar en un árbol que había ahí al lado de una pared, y justo tenía la soga de la abuela y até el auto con la soga al árbol, pero las olas hacían que pegue la cola del auto contra el garage así que por suerte la soga dio para dar una vuelta sostener el baúl contra una reja que había… y como pudimos nos fuimos yendo, me fui dejé el auto ahí atado en Puente Alsina y me vine …
Mi viejo llegó a casa empapado y desbordado. Pasado de rosca y agotado miró con resignación el edificio de su casa que no tenía luz. Había que subir entonces once pisos largos para poder derrumbarse. Mi casa era pequeña, dos ambientes y tres personas. Un dormitorio y un living en donde estaba mi cama. Al llegar veo a mi papá alumbrado por unas velas “Ranchera”, mi mamá sentada al lado escuchándolo y acariciándole la cabeza, al pie de la cama un vaso y la botella a medio llenar de Ginebra Bols. “Papá tomó bastante…” me advirtió mamá tentada de risa. Y el hola hijito… de mi viejo y entonces ¿qué pasó papá? y ahí su relato, desordenado y una sonrisa inexplicable y en el medio de su cuento siempre un ji ji ji… y su sonrisa franca clavada en el techo. Y lo miré bien mirado, y ahí estaba el gordo… borracho, acostado, demolido, pero con su sonrisa puesta. Y entonces ahí, en ese instante del kairos, por esa sonrisa honesta de borracho lo admiré como se admira a un héroe a los once años. Lo quise y lo quiero como se quiere y admira a Don Quijote.
(Dudé bastante en incorporar estas últimas líneas… pero incluso sabiendo que es un error aquí van… mi viejo se levantó muy temprano aquella mañana y se fue a Puente Alsina a buscar el auto, a ver si lo encontraba con suerte en donde lo había dejado… y si estaba en qué estado… Al llegar lo vio al coche ahí amarrado estoico en la vereda en el medio de un paisaje desolador de autos volcados, agua corriendo por todos lados, grúas remolcando autos y gente con el semblante desencajado. Pero alguien se había tomado la molestia de pasar antes que él llegara; un agente de la ley y el orden que le dejó en el parabrisas una boleta “por mal estacionamiento”…)